Paperback
-
PICK UP IN STORECheck Availability at Nearby Stores
Available within 2 business hours
Related collections and offers
Overview
Primer volumen de la trilogía «The Century»
La historia empieza en 1911, el día de la coronación del rey Jorge V en la abadía de Westminster. El destino de los Williams, una familia minera de Gales, está unido por el amor y la enemistad al de los Fitzherbert, aristócratas y propietarios de las minas. Lady Maud Fitzherbert se enamorará de Walter von Ulrich, un joven espía en la embajada alemana en Londres. Sus vidas se entrelazarán con la de un asesor progresista del presidente de Estados Unidos, Woodrow Wilson, y la de dos hermanos rusos a los que la guerra y la revolución les ha arrebatado su sueño de buscar fortuna en América.
Desde Washington hasta San Petesburgo, desde la inmundicia y los peligros de las minas de carbón hasta los candelabros lujosos de los palacios de la aristocracia, pasando por los pasillos de la Casa Blanca y el parlamento de Westminster, Ken Follet nos ofrece, en su novela más ambiciosa, un esmerado retrato de una época y de las pasiones que espolearon la vida de sus personajes.
«La trilogía "The Century" es la historia de mis abuelos y de los vuestros, de nuestros padres y de nuestras vidas. De alguna forma es la historia de todos nosotros.».-Ken Follet
ENGLISH DESCRIPTION
Ken Follett’s magnificent new historical epic begins as five interrelated families move through the momentous dramas of the First World War, the Russian Revolution, and the struggle for women’s suffrage.
A thirteen-year-old Welsh boy enters a man’s world in the mining pits. . . . An American law student rejected in love finds a surprising new career in Woodrow Wilson’s White House. . . . A housekeeper for the aristocratic Fitzherberts takes a fateful step above her station, while Lady Maud Fitzherbert herself crosses deep into forbidden territory when she falls in love with a German spy. . . . And two orphaned Russian brothers embark on radically different paths when their plan to emigrate to America falls afoul of war, conscription, and revolution.
From the dirt and danger of a coal mine to the glittering chandeliers of a palace, from the corridors of power to the bedrooms of the mighty, Fall of Giants takes us into the inextricably entangled fates of five families—and into a century that we thought we knew, but that now will never seem the same again. . . .
Product Details
ISBN-13: | 9788499899800 |
---|---|
Publisher: | PRH Grupo Editorial |
Publication date: | 01/22/2019 |
Series: | The Century , #1 |
Pages: | 1024 |
Sales rank: | 518,021 |
Product dimensions: | 4.90(w) x 7.40(h) x 1.70(d) |
Language: | Spanish |
About the Author
Ken Follett es uno de los autores más queridos y admirados por los lectores en el mundo entero y la venta total de sus libros supera los ciento cincuenta millones de ejemplares.
Está casado con Barbara Follett, activista política que fue representante parlamentaria del Partido Laborista durante trece años. Viven en Stevenage, al norte de Londres. Para relajarse, asiste al teatro y toca la guitarra con una banda llamada Damn Right I Got the Blues.
En 2010 fue galardonado con el Premio Qué Leer de los lectores por La caída de los gigantes.
Entre su prolífica obra cabe destacar: Los pilares de la Tierra, Noche sobre las aguas, Una fortuna peligrosa, Un lugar llamado libertad, El tercer gemelo, En la boca del dragón, Doble juego, Un mundo sin fin, La caída de los gigantes, El invierno del mundo y El umbral de la eternidad.
Hometown:
Hertfordshire, EnglandDate of Birth:
June 5, 1949Place of Birth:
Cardiff, WalesEducation:
B.A. in Philosophy, University College, London, 1970Read an Excerpt
La caída de los gigantes
By Ken Follett
Vintage
Copyright © 2010 Ken FollettAll right reserved.
ISBN: 9780307741189
Primera Parte
El cielo amenazador
2
Enero de 1914
I
El conde Fitzherbert, de veintiocho años de edad, conocido por su familia y amigos como Fitz, era el noveno hombre más rico de toda Gran Bretaña.
No había hecho nada en absoluto para ganar sus cuantiosos ingresos, sino que sencillamente, se había limitado a heredar miles de hectáreas de tierra en Gales y en Yorkshire. Las granjas no producían muchos beneficios, pero debajo de ellas había grandes cantidades de carbón, y el abuelo de Fitz se había hecho inmensamente rico otorgando las concesiones para le explotación del mineral.
Estaba claro que era la voluntad de Dios que los Fitzherbert gobernasen a sus semejantes y que viviesen de manera acorde a su condición, pero Fitz pensaba que no había hecho nada que justificase la fe que Dios había depositado en él.
Su padre, el anterior conde, había sido un caso distinto. Oficial de la Armada, había sido nombrado almirante tras el bombardeo de Alejandría en 1882, se había convertido en embajador británico en San Petersburgo y, finalmente, había sido ministro en el gabinete de lord Salisbury. Los conservadores perdieron las elecciones generales de 1906 y el padre de Fitz murió escasas semanas más tarde, una muerte precipitada —de eso Fitz estaba seguro— por el hecho de ver a liberales irresponsables como David Lloyd George y Winston Churchill hacerse cargo del gobierno de Su Majestad.
Fitz ocupó su escaño en la Cámara de los Lores, la cámara legislativa superior del Parlamento británico, como par conservador. Hablaba un francés muy correcto y se defendía en ruso, y su sueño era llegar a convertirse algún día en jefe del Foreign Office. Por desgracia, los liberales no dejaban de ganar las elecciones continuamente, de modo que aún no había tenido ocasión de ser ministro del gobierno.
Su carrera militar había sido igual de mediocre. Había asistido a la academia de entrenamiento de oficiales del ejercito de Sandhurst, y pasó tres años con el regimiento de los Fusileros Galeses para convertirse en capitán. Tras su matrimonio abandonó la carrera militar, pero pasó a ser coronel honorífico de los Territorials de Gales del Sur. Lamentablemente, los coroneles honoríficos nunca ganaban medallas.
Sin embargo, había algo de lo que sí se sentía orgulloso, pensaba mientras la locomotora de vapor avanzaba por los valles del sur del País de Gales: dos semanas más tarde, el rey en persona iba a pasar unos días en la casa de campo de Fitz. El rey Jorge V y el padre de Fitz habían sido compañeros en la Armada en su juventud. Recientemente, el rey había expresado su deseo de conocer qué era lo que pensaban sus súbditos más jóovenes, y Fitz había organizado una discreta velada en casa para que Su Majestad conociera a algunos de los más brillantes de su generación. En aquellos momentos, Fitz y su esposa, Bea, iban de camino a la mansión para terminar de disponerlo todo para la visita del monarca.
Fitz sentía un gran apego por las tradiciones. No había nada en la historia de la humanidad capaz de rivalizar con la estabilidad que proporcionaba el orden establecido, basado en los cuatro estamentos de la sociedad: monarquía, aristocracia, comerciantes y campesinado. Sin embargo, al mirar por la ventanilla del tren, como en esos precisos momentos, veía que la sombra de una seria amenaza pendía sobre las costumbres tradicionales de la sociedad británica, una amenaza mayor que cualquiera de las que se hubiesen cernido sobre ella en los cuatrocientos años anteriores. Cubriendo por completo las laderas de los montes, otrora tan verdes, extendiéndose como una plaga de manchas grisáceas en las hojas de los rododendros, surgían las casas de los mineros del carbón. En aquellas mugrientas casuchas se hablaba de republicanismo, de ateísmo y de revolución. Solo había pasado un siglo más o menos desde que habían llevado a la nobleza francesa en carretas hasta la guillotina, y lo mismo ocurriría allí si algunos de aquellos mineros musculosos con la cara tiznada lograban salirse con la suya.
Fitz estaría encantado de renunciar a las ganancias que obtenía del carbón, se dijo, con tal de que Gran Bretaña volviese a la sencillez de otros tiempos. La familia real era un poderoso bastión contra la insurrección. Sin embargo, además de hacerle sentirse orgulloso, la visita del monarca también le provocaba cierta inquietud, pues había muchas cosas que podían salir mal. Con la realeza, cualquier descuido podía ser una señal de negligencia y, por tanto, una falta de respeto. Hasta el último detalle del fin de semana sería comentado posteriormente, por los sirvientes de los visitantes a otros sirvientes y, de estos, a los señores de dichos sirvientes, por lo que todas las damas de la alta sociedad londinense acabarían sabiendo si, durante su estancia en Ty Gwyn, al rey la habían dado una almohada demasiado dura, una patata podrida o la botella de champán equivocada.
El Rolls-Royce Silver Ghost de Fitz estaba esperándolos en la estación de ferrocarril de Aberowen. Se sentó junto a Bea y el chófer los condujo a lo largo de un kilómetro y medio hasta Ty Gwyn, su casa de campo. Estaba cayendo una llovizna fina pero pertinaz, como era habitual en Gales.
«Ty Gwyn» significaba «Casa Blanca» en galés, pero el nombre había acabado resultando un tanto irónico porque, como todo lo demás en aquel rincón del mundo, el edificio estaba cubierto por una capa de polvo de carbón, y los bloques de piedra que en otros tiempos habían sido de un blanco inmaculado ofrecían en esos momentos un color gris oscuro que emborronaba las faldas de las señoras que, en un descuido, rozaban las paredes.
Pese a todo, era un edificio manífico que llenaba a Fitz de orgullo a medida que el vehículo avanzaba por el camino de entrada a la casa. La mansión privada más grande de todo el País de Gales, Ty Gwyn contaba con doscientas habitaciones. Una vez, de pequeño, él y su hermana, Maud, contaron las ventanas hasta sumar un total de 523. Había sido construida por su abuelo, y en el diseño de las tres plantas se apreciaba una agradable armonía. Los ventanales de la planta noble eran altos y dejaban entrar una gran cantidad de luz en los majestuosos salones. En la planta superior había multitud de habitaciones de invitados, mientras que en la buhardilla se hallaban los innumerables dormitorios del esrvicio que, aun siendo minúsculos, eran evidentes por las largas hileras de lucernarios que poblaban los tejados en pendiente.
Continues...
Excerpted from La caída de los gigantes by Ken Follett Copyright © 2010 by Ken Follett. Excerpted by permission.
All rights reserved. No part of this excerpt may be reproduced or reprinted without permission in writing from the publisher.
Excerpts are provided by Dial-A-Book Inc. solely for the personal use of visitors to this web site.